TRADUCCIONES BARATAS Y TRADUCCIÓN DE CALIDAD

En el sector de las traducciones siempre ha existido el mismo debate. Tanto las agencias de traducción como los traductores autónomos tenemos una lucha diaria con los nuevos clientes que solicitan un presupuesto de traducción o simplemente nos preguntan por nuestra tarifa de traducciones. 

La mayoría de las ocasiones les parece un precio muy elevado ya que para muchos de ellos esto lo puede traducir cualquiera. Es entonces cuando debemos "aleccionar" al cliente y explicarles como funciona el fantástico mundo de la traducción profesional. Aconsejarles y advertirles, todo ello de una forma objetiva, y que luego sea el cliente que decida con todos los datos sobre la mesa.

Hace unos días tuve que realizar esta labor con cuatro nuevos clientes en el mismo día, lo cual me hizo reflexionar una vez más sobre la correlación entre el precio que un traductor profesional o una empresa de traducción profesional aplica al cliente y la calidad del servicio que recibe. Por ello decidí escribir esta entrada sobre la relación entre los precios de traducción y la calidad recibida.





No hará más de dos meses que tuve que acudir a la consulta de un médico privado, motivado por que en la Seguridad Social me dijeron que el tratamiento que debía seguir lo cubrían y precisamente ellos me aconsejaron un facultativo de pago. El resumen de la visita sería que fue muy rápido, la sala de espera era espaciosa y muy agradable. Entré puntual a la consulta y el médico tuvo un trato personal extraordinariamente atento y muy profesional, me explicó con todo detalle el tema a tratar y todas las posibilidades. Me dedicó todo el tiempo necesario para que yo expusiera mis dudas y que él me explicara todo con calma. Quedé absolutamente encantado y asombrado, sobretodo para mi que estoy acostumbrado a que los médicos del sistema público, excelentes profesionales la mayoría de las veces, no siempre sean todo lo amables que deberían ser con sus pacientes. Esto me hizo reflexionar, mientras me alejaba de la clínica y esperaba el autobús, si ese médico tan agradable que me encajaba la mano mientras sonreía y me acompañaba enseñándome el camino de salida, sería igual de amable y agradable con sus pacientes en la seguridad social.

Como usuarios o clientes, somos lo que pagamos. A nadie le extraña ni le sorprende que una botella de Whisky del supermercado de la esquina de 6 € tenga un sabor diferente a la de un Chivas de 20 €, que el trato recibido del personal de cabina de Vueling no sea tan abundante en adulaciones como el de las auxiliares de Emirates Airlines en primera clase, o que la cantidad de tiempo que nos ofrece un vendedor al preguntar por un automóvil cuando es un Tata o un Jaguar. Ningún ser humano discute este principio, excepto en el caso de la traducción.

En estos últimos tiempos, se ha experimentado un descenso de las tarifas de traducción, sin contar alguna excepción muy localizada, en el sector de la traducción. Incluso si no hayamos experimentado la desagradable situación de que un cliente nos solicite una revisión de tarifas, esta ha sobrevenido mediante la inflación. De este modo, si hace seis años cobrábamos 0,06 Euros por palabra origen (por ejemplo) y en estos momentos seguimos cobrando exactamente la misma tarifa, la indiscutible subida del coste de la vida ha propiciado que, para mantener el mismo nivel de vida, nos vemos obligados a tener que traducir doscientas o trescientas palabras más cada día.

Al igual que la mayoría de profesionales y empresas de traducción, ante el impedimento de no poder mantener el beneficio con una tarifa más elevada, tan solo restan dos opciones: aumentar la cantidad de palabras traducidas y ser más eficientes en nuestra labor. Siempre es muy positivo que se tomen acciones para mejorar la eficiencia, dado que aumentan nuestra competitividad como traductores y eso nos hace ser opciones mucho más atractivas a los ojos de los clientes. No obstante, sus efectos son finitos. Aún disponiendo del mejor software de traducción, el ordenador más rápido y la formación más renovada posible, existen límites físicos respecto al número de palabras que se pueden traducir y revisar sin que la calidad baje de forma inaceptable. No obstante, esta es la circunstancia a la que nos lleva los condicionantes del mercado, puesto que si todo lo demás no cambia, la opción que les queda a numerosos profesionales de la traducción es aumentar la producción diaria o también traducir durante más horas a la semana. Hace unos años lo ideal recomendado era traducir aproximadamente unas 2.000 palabras al día acumulando 40 horas a la semana de trabajo. En estos momentos muy pocos traductores profesionales se pueden permitir el lujo de traducir menos de 3.000 palabras al día, y son más que menos, los fines de semana que hay que dedicarlos para que las traducciones se puedan entregar dentro del plazo acordado.

A todo esto hay que comentar que el nivel de calidad en la traducción exigido es cada vez mayor. No solo se exige la exquisitez en las traducciones, sino que también hay empresas y también particulares que exigen la calidad de 7 céntimos a precio de 4. Lo cual obviamente, solo es posible repercutiendo en la rentabilidad del traductor profesional. La réplica de algunos de estas empresas es que cada traductor negocia sus propias tarifas y que, por supuesto, nadie le fuerza para aceptar tarifas míseras. Esto es falso, ya que tal afirmación implica ignorar el hecho de que la posición de fuerza en la negociación no está en manos del traductor o empresa de traducción, sino del cliente. Y también conlleva omitir conceptos personales que influyen a nuestra capacidad de poder negociar: un traductor profesional sin cargas económicas puede permitirse rechazar tarifas que un traductor con tres hijos e hipoteca tiene que aceptar.

¿Esto significa que todos los clientes abusan de esta circunstancia? Rotundamente no. Existen clientes que aceptan unas tarifas acordes a la calidad que buscan. Desafortunadamente, cada día son menos los que comprenden el hecho de que invertir en un producto de calidad implica un elevado beneficio a medio y largo plazo. Delante de esta situación, nos podemos encontrar con quien sufre la tentación de reducir la calidad de sus trabajos en función de la tarifa que reciba. En mi humilde opinión, no creo en absoluto que esta sea una opción válida. Si decides aceptar un trabajo de traducción por cuatro céntimos, la calidad que debes ofrecer al cliente debe ser la misma que cuando te pagan ocho. Otra cosa es que eso sea realmente posible (no es lo mismo en un día traducir 4.000 palabras que traducir 2.500). Al mismo tiempo, un cliente que paga mal o que ofrece un plazo de pago muy largo, no puede pretender que el traductor o empresa de traducciones esté de brazos cruzados esperándole, dispuesto siempre para encargarse de un proyecto de traducción de 40.000 palabras para mañana por la mañana.

Personalmente. y para concluir, la única diferencia que aplico entre mis clientes es esta: Aquel que me aporta una mayor rentabilidad (ya sea por una tarifa elevada, volumen de trabajo regular o mejores condiciones de pago) tiene preferencia sobre aquel que brinda una menor rentabilidad.